sábado, 27 de febrero de 2016

Gallocanta y las grullas que volaban al norte (Febrero 2016)

Gallocanta y las grullas que volaban al norte


A finales de febrero entre SEO-Grupo Local Castellón y APNAL-Ecologistas en Acción de Vinaròs viajamos a la Laguna de Gallocanta, a caballo entre las provincias de Teruel y Zaragoza. El principal objetivo, por supuesto, era ver a nuestras invernantes damas grises antes de que emprendieran el viaje al norte: las grullas (Grus grus) que se acumulan en altísimos números en la Laguna en estas fechas. 

Los campos de cereal y los cañares que rodean la Laguna (que no estaba particularmente llena) son el espacio ideal para especies de aves tales como los escribanos trigueros (Miliaria calandra) o el escribano palustre (Emberiza schoeniculus). También terreno habitual de campeo de rapaces como el aguilucho pálido (Circus cyaenus), el águila real (Aquila chrysaetos) o el halcón peregrino (Falco peregrinus), a las cuales pudimos observar. En la madrugada del domingo, tuvimos la inmensa suerte de ver a la escasa lechuza campestre (Asio flammeus) volando entre los campos helados de cereal. 


Escribano triguero (Miliaria calandria)
Escribano palustre (Emberiza schoeniculus)

Como ya he comentado, el nivel de la laguna no era muy alto, aunque nos permitió ver de lejos combatientes (Philomachus pugnax) y tarros blancos (Tadorna tadorna) de lejos. Otras lagunas cercanas fueron más afortunadas en anátidas, como los patos cuchara (Anas clypeata) o las fochas comunes (Fulica atra). En la laguna incluso pudimos ver un aguilucho lagunero (Circus aeruginosus) solitario al acecho entre cañas. 

Focha común (Fulica atra)

Macho de zorro (Vulpes vulpes) en el llano

Manada de ciervos (Cervus elaphus)

Gorrión molinero (Passer montanus)

Aunque sin duda el espectáculo que nos llevó allí valió la pena. Hileras interminables de grullas que levantaron el vuelo a medio mañana, como flechas con formaciones imposibles dirigiéndose al norte. De haber llegado un día más tarde nos hubiéramos perdido el paso fuerte, que se produjo el sábado sobre las 11 de la mañana. Las que se quedaron cantaban incansables incluso de noche. Cruzaban la poco transitada carretera y comían apaciblemente en los campos colindantes sin inquietarse con nuestra presencia. 



El viaje valió la pena y mucho. No solo por las aves, sino por las risas y la compañía que dulcificaron alguna salida bajo viento infernal. De hecho planeamos regresar en verano para, con suerte, toparnos con alguna avutarda (Otis tarda). 







Hasta el año que viene, preciosas viajeras.